En los últimos 40 años, Suecia, el país más grande de toda Escandinavia, ha acogido a más inmigrantes que cualquier otra nación europea, en proporción a su demografía. Actualmente, casi el 20% de la población sueca ha nacido fuera del país. Todo un hito teniendo en cuenta que hasta finales del siglo XIX Suecia estaba compuesta principalmente por comunidades rurales, aisladas y homogéneas. Sin embargo, el que aún se considera el país más tolerante e inclusivo de toda Europa, y que posee con diferencia los niveles más altos de inmigración de toda la región nórdica, ha visto cómo a su vez la xenofobia ha aumentado en los últimos años. Un miedo y rechazo a los extranjeros que se manifiesta en diferentes vertientes, y que ha encontrado su altavoz en la extrema derecha.

Tras una década recibiendo oleadas masivas de inmigrantes y refugiados, la sociedad sueca y su estado de bienestar se enfrentan ahora a nuevos retos, y a un más que probable cambio de paradigma. Mientras que la extrema derecha gana peso político, limitándose a señalar el estrés y deterioro que inevitablemente ha venido sufriendo el estado de bienestar; diversos sectores han querido y sabido aprovechar el contexto actual, integrando esta nueva fuerza trabajadora en sectores que necesitaban ser revitalizados desesperadamente. En este contexto, y ante el éxodo de población joven, el mundo rural se postula como un escenario de acogida e integración para diversos colectivos inmigrantes, los ya denominados “nuevos suecos”.

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