Todas las islas o archipiélagos tienen algo en común independientemente de dónde se encuentren: una enorme masa de agua marca sus fronteras de forma inequívoca, estableciendo unos límites espaciales inamovibles en el tiempo y aislándolas de sus vecinos. En las regiones insulares de pequeña escala, o en aquellas que se encuentran en una ubicación muy alejada del continente más próximo, estos fenómenos se acentúan, generando una sensación de pertenecer a un universo limitado, desprendido del resto del mundo. El archipiélago de las Islas Feroe reúne todas esas circunstancias, entre muchas otras, convirtiéndose así en un caso particular digno de estudio.

Feroe destaca por su naturaleza tradicional, una nación que a su vez se define como una especie de tribu, en la que comunidad y familia juegan un papel de gran importancia. En esencia, los feroeses se enfrentan a dos opciones: quedarse en su tierra natal, y aceptar lo que ello comporta, o marcharse en busca de nuevas oportunidades y un estilo de vida diferente. La elección última del feroés, por lo tanto, resulta existencial. Los que soportan las penurias del aislamiento, o por contra, aquellos que disfrutan de la tranquilidad de lo que supone un verdadero ‘puesto avanzado’ de la humanidad. Una sociedad inmutable y muy tradicional que se mantiene firme en un conjunto de costumbres que ya no representan a las generaciones más jóvenes.